Andy
Murray se ha sacado de encima una carga importante, que puede ser determinante
en el resto de su trayectoria, tanto se habló de que llegaba pero no cerraba
los compromisos importantes, las cuatro finales frustradas de grand slam han
forjado y endurecido el carácter de un hombre que está donde debe estar. Mucho
tiene que ver el trabajo de Ivan Lendl,
otro ex número uno del mundo, su nuevo entrenador desde enero pasado, quien
viviera la misma amargura que Andy antes de proclamarse campeón en su primer
major.
Ahora
el escocés puede presumir con comodidad su pertenencia al selecto grupo de los
cuatro fantásticos, esta victoria trabajada y madurada, concretamente la final
de Wimbledon ante “su majestad” Roger Federer, y la medalla de oro ante el
mismo, parecen haberlo catapultado y fortalecido psicológicamente para saberse
imponer en situaciones importantes que la final del pasado lunes nos ofreció,
tales como el ingrediente del viento, la temperatura que bajó y causó en ambos
competidores, la recuperación que Nole
mostró al igualar a 2 sets, esta última fue la prueba para que Andy se
demostrase y demostrara que tiene los
suficientes arrestos para ser más que un buen jugador, ser capaz de vencer a
los mejores del planeta, de ganar calidad y no cantidad.
En este
año ocurre lo inhabitual en varones, cada uno de los cuatro fantásticos con una
corona de grand slam a casa, se rompe la tendencia hegemónica que favorece a
Roger Federer, Rafa Nadal y Novak Djokovic, el turno es para Murray.
Auri Jiménez
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